
Al margen de todo esto, nuestro organismo ha de llegar algún día al colapso final si antes no ha fallecido otras causas como un accidente.
La muerte comienza su macabra tarea en el mismo momento de nacer...y así comienza el inexorable trabajo de la parca sobre su víctima indefensa. En ocasiones las horas que anteceden a la muerte transcurren placidamente y sin dolor, libre de ansiedad y molestias. Muchos enfermos experimentan una súbita mejoría , su lucidez mental se agudiza e incluso llegan a sentir verdaderos arrebatos de euforia. Pero finalmente llega el derrumbamiento funcional. La respiración se entorpece y aparecen los síntomas del delirio: el paciente balbucea palabras incoherentes, sus movimientos pueden ser lentos o agitados o sufrir una lenta axfixia que conmueve a los que le rodean. Los movimientos agónicos pueden ir acompañados de regurgitaciones de espuma que se escapa entre los labios entreabiertos. El corazón late acelerada y arrítmicamente , el rostro se torna pálido y el brillo de los ojos desaparece. Luego aparece un tinte cianótico en el cutis y mientras desaparecen las últimas reliquias de capacidad sensorial, el frío invade las manos y los pies y la vista se nubla. Aún se conserva la capacidad auditiva, aunque muy atenuada. La afasia impide pronunciar palabras. El moribundo mueve los labios o los párpados aún en un angustioso intento de establecer un último canal comunicativo con el mundo exterior.
Y así, la muerte termina con la actividad de nuestro organismo. El cuerpo desprovisto de vida comienza a descomponerse trás el último impulso cardiaco, y al cabo de un tiempo, lo que fuimos queda reducido a un descarnado esqueleto, que a su vez será sólo polvo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario