En los últimos tiempos ha habido varios casos en España de parricidios, pero el de esta mujer conmocionó y emocionó especialmente a la opinión pública por las imágenes de la madre en el entierro presa del desconsuelo por la muerte de sus hijos, casi sin poder andar por el terrible dolor.Los niños, Adrian Leroy y Francisco Miguel, de 4 y 6 años, habían sido estrangulados con el cargador del móvil. Francisca contó una confusa historia de dos ecuatorianos que habían entrado en su casa, pero aseguró que no lo recordaba porque había tomado alcohol y drogas.
Posteriormente, los dos ecuatorianos pasaron a ser uno y la policía empezó a sospechar de sus declaraciones. Un examen a fondo estableció que había sangre de Francisca en las uñas de su hijo de 6 años y que ella tenía arañazos en la cara que le había producido el niño al intentar defenderse. El móvil de Francisca para asesinar a sus hijos fue doble: por un lado, vengarse de su marido, del que declaró que la maltrataba, le era infiel y la obligabaa acostarse con otros hombres y a acudir a locales de intercambio de parejas, y, por otro, soltar el lastre de cara a iniciar una nueva relación con un hombre que había conocido seis meses antes.
El médico forense dictaminó que Francisca no padecía esquizofrenia ni tenía trastornos epilépticos ni del estado de ánimo, pero sí presentaba rasgos aislados de "personalidad paranoide, hitriónica, narcisista y antisocial", y que era una mujer fría que decía que sentía la muerte de sus hijos por quedar bien ante la galería y escapar de las consecuencias de sus actos. Los psiquiatras que la examinaron dudaban de que lo que había dicho sobre los maltratos de su marido fuera cierto.
En el juicio, celebrado en octubre de 2003, la condenaron a 40 años de cárcel, 20 por cada asesinato, de los cuales, según las leyes españolas, cumplirá un máximo de 25.
También la condenaron a indemnizar a su esposo con una suma de 200.000 euros, y a su hijo mayor, de 16 años, con 40.000 euros.
La consternación ha sacudido una vez más a la sociedad de Estados Unidos, tras haberse difundido que el asesino de la Universidad Tecnológica de Virginia, Cho Seung-Hui, le dio tiempo para enviar por correo las razones que lo llevaron a matar a 32 personas antes de suicidarse el lunes pasado. El dolor y la consternación también han dado paso a una ola de alarma y miedo que se ha extendido a todo el país. 
Pero lo cierto es que Anglés -lo sabían su madre y sus hermanos, pero también muchos de los que lo conocieron, los vecinos de Catarroja, los Servicios Sociales que investigaron durante años a su familia, sus compañeros de cárcel- es poco más que un delincuente de inteligencia limitada, aficionado, aficionado al sexo violento y a la comida vegetariana, al que han salvado su instinto de supervivencia, algunas casualidades, las indiscreciones de políticos y periodistas y, sobre todo, la burocracia. Y, entre él, su clega Miguel Ricart y probablemente un tercer hombre acabaron con las vidas de Míriam, Desiré y Toñi son motivos ni reparos. No hubo vídeos de sexo con menores, ni tramas organizadas, sólo tres chicas que querían divertirse un viernes por la tarde y unos delincuentes que las subieron a su coche. La realidad, la que consta en los informes secretos de la Policía y de la Guardia Civil que han seguido el rastro de Anglés durante todos estos años, es mucho más sencilla. Y, tal vez por eso, resultó tan cruel y tan difícil de asimilar.
Erzsebet BathoryMás conocida como La condesa Sangrienta, esta mujer de la nobleza húngara mataba a sus jóvenes doncellas y se bebía y bañaba en su sangre para mantenerse joven y guapa.
